
de este blanco mantel,
se deben rasgar con las uñas los ojos.
Invitación a un blanco mantel
Francisco Brines
Mira a los presentes, da un trago a la bebida. Cierra los ojos, respira profundamente. Acerca su mano derecha al ojo del mismo lado y con fuerza aprieta hasta sentir brotar la sangre. No grita, no siente dolor alguno. Es su ojo el que está en el plato, transmitiendo, aún, las imágenes hacia el cerebro. Se mueve para los lados capturando desde su nueva posición. Alguien intenta gritar pero no hay canto que oír.
El anfitrión toma, ahora, el cuchillo para la carne dirigiéndolo hacia su oreja. De un solo corte desprende la carne y la acomoda en el plato junto al ojo. A diferencia del primer sentido, este ya no tiene respuesta. Es sólo una parte más del cuerpo. Piensa sus acciones fríamente y con peñascos secos quebrantar los oídos debe continuar el festín.
Las reglas son claras: desprender cada uno de sus sentidos, compartirlos con las personas importantes en su vida, no manchar el blanco mantel si no sufrirá. No hay que tener miedo al dolor, es la única forma de defensa del cuerpo. No le temas pues no existe el dolor que se aproxime. Te privarás de cada sentido. Serás parte de tus seres queridos.
El anfitrión vuelve a cerrar el ojo que le queda, abre su boca. Con una mano estira la lengua y con la otra corta. La coloca, al igual, en el plato. La sangre escurre por su barbilla manchando su traje, mientras evita el contacto con el blanco mantel. Recuerda que no debes mancharlo.
Faltan dos sentidos, ¿cuál seguirá? Dejar de oler o ya no sentir. Tienes que hacer la selección para que tus invitados puedan comer.
El mismo cuchillo que ha servido para desprender el gusto y el oído, ahora comienza su trayecto por el brazo izquierdo para buscar el lugar perfecto y cortar. Penetra con fuerza hasta chocar con el hueso. Como si fuera un reloj, baja poco a poco. Con el único ojo ve el trayecto del mismo desprendiendo esa parte. Con mucho cuidado rebana el brazo hasta que, extrañamente, ahora sí un escalofrío recorre su cuerpo y el dolor comienza a incrementar. ¿Por qué demonios me duele, qué hice mal? No sólo le zumba el brazo, sino la lengua, el oído y el ojo.
El ojo aventurero en el plato observa cómo el blanco mantel comienza a teñirse de rojo. No recordó que la sangre del brazo sale con presión siendo el que provoca el dolor y si lo manchas —recuerdas las indicaciones— ya puedes conocerte. La presión le aceleró el corazón hasta detenerlo.
Date un nombre. Supiste de lo que eras capaz.